domingo, 15 de abril de 2007

Los Dados Eternos

El siguiente, es un vibrante[1] poema, donde es claro el esfuerzo exitoso de César por ser un poeta genial y único, asimilando la modernidad estética con rasgos creadores y propios de la sensibilidad americana.
La muerte de sus dos Marías, su madre María y su novia María Sandoval empujan al poeta a confrontar a Dios, aludiendo en el poema a las siempre presentes María Magdalena y virgen María.
Manuel González Prada muere en 1918, el mismo año en que se publica el poemario “Los Heraldos Negros”, en donde figura este poema; nuestro poeta se lo dedica con las siguientes palabras: “esta emoción bravía y selecta, una de las que, con más entusiasmo, me ha aplaudido el gran maestro”. Con ello enaltece la figura del maestro Manuel González Prada, quien apreció sin duda el tono irreverente y rebelde del siguiente poema.

“Los Dados Eternos”.

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;

me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
¡tú no tienes Marías que se van!

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado.
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.

Dios mío, y esta noche sorda, obscura,
ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.

[1] Cf. Pág 268 Los Heraldos Negros, Nueva Edición Crítica de Ricardo González Vigil, INC

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